London Girl II

El buffet de la residencia, aunque gratis, es una patata. El café es miserable, pero al menos consigo guardarme un yogur para la cena. Por algún sitio tenía que fallar… el cuarto es sencillo, pero limpio. Los baños, compartidos, pero limpios. El barrio estupendo: supermercado, farmacia, pub, cines… y un paseo de 25 minutos hasta la universidad. 5 hasta el metro más cercano. ¡Y en pleno centro! Estoy más que contenta.

Mi primera mañana de turista exhaustiva me lleva a la Torre de Londres. Voy en el metro como si lo conociera de toda la vida, pero confieso que prefiero el de Madrid, donde tenemos aire acondicionado… aún así, éste está muy bien. Es la mar de rápido, aunque carece de aire, y es más viejo que matusalén. Me llama la atención la cantidad de publicidad que lo adorna: espectáculos, alertas contra los gérmenes (la Gripe A)… desde los carteles más clásicos, hasta marquesinas animadas. Me impresiona la información que dan continuamente al viajero en cuanto el tren se para algo más de lo debido. Aprendo a Mind de Gap (que sigo buscando, por cierto)

En la Torre de Londres hace sol – milagro efímero – y tras librarme de pagar la tarifa completa gracias a que en mi tarjeta de crédito aparece la palabra Universidad, entro contenta al recinto dispuesta a dejarme guiar por el Yeoman Warder. En la cola nos juntamos 5 españoles.

La visita guiada es fantástica, y la recomiendo para todos aquellos que sepan algo de inglés. Los guías, militares (retirados ya, supongo)ataviados con el uniforme marino y rojo, hacen las delicias de los visitantes con una guía animada, divertida y plagada de bromas que hacen menos áspera la historia del lugar. Creo que hubo un par de momentos en que se me saltaron las lágrimas de la risa… es genial como consiguen hacer partícipes a todos del lugar, incluso cuando somos un grupo de 30 personas.

Aprovecho y me paso por la exposición de las Joyas de la Corona. Simplemente te hacen suspirar, envidiosa. Las ves en el video de la cola ampliadas, impresionantes, inalcanzables y, sin embargo, cuando las tienes delante en la vitrina son tan reales que parecen de juguete. No creo que nunca más vaya a estar tan cerca de un diamante tan grande…

A la salida, llamada de la familia. Mis intenciones de caminar hasta Westmisnter son truncadas por el consejo de mi padre (una guía de Londres a distancia), que me ordena que coja un barquito que me lleve hasta allí. Y yo, que soy muy obediente, y aprovechando que hace bueno, allá que voy. A medida que me acerco al muelle el cielo se nubla. Con el arranque del barco, caen las primeras gotas.


El Crucero por el Támesis me deja en Westminster’s Pier, a los pies del famoso Big Ben, tras pasar por debajo de los puentes más importantes de la ciudad. Se agradece que el piloto, en plan voluntario, comente lo que nos rodea. Me enamora el Tower Bridge, y no me sorprende que 4 españoles se me sienten delante. Al ofrecerme a hacerles una foto (excusa que he descubierto perfecta para que luego me la hagan a mí), les caigo simpática y me invita a pasar la tarde con ellos, pero al comprobar la ruta zigzagueante y sin sentido que quieren hacer declino la oferta.

En lugar de eso, disfruto de Paliament Square, del Big Ben de día (es de mis edificios favoritos del mundo mundial), y trato de entrar a Westminster sin mucho éxito (Cierran los domingos para los servicios), así que cojo la guía y el papel con las rutas recomendadas por mi padre, y comienzo la marcha: Parliament Street, Whitehall… y paradita de rigor en Downing Street que, sinceramente, me decepciona. Ni siquiera se ve la puerta del Prime Minister y aún así la gente se agolpa en la valla como si fuera a ver algo. Mucho más razonable me parece la parada, calle abajo, ante los famosos guardas inmóviles a caballo que parecen soldaditos de plomo. Me dan tanta pena que paso de tirarme una foto con ellos… aunque seguro que acabo volviendo.

Caminando, caminando, cae un chirimiri tonto. Ya he perdido la cuenta de las veces que me he quitado y vuelto a poner la gabardina. English weather, what do you expect? Paso por Trafalgar Square y, al verlo plagado con una manifestación, sigo caminando hasta que llego a Regent’s Street, dejando atrás a una masa inmensa de gente en Picadilly Circus, donde hago una nota mental para volver, cargada con amiga que me tire la foto. Mis pasos me llevan, calle arriba, a Hamley’s, juguetería de ensueño donde, al cruzar su puerta, olvidas que ya hace años que pasaste de los 20 para convertirte en niño otra vez. Recorro el pasillo de los peluches extasiada, subo cada piso, y me divierto con las demostraciones de los dependientes. No me extraña que la tienda esté hasta arriba… es un lugar mágico.

En mi marcha hacia el metro más cercano (que ya es Oxford Circus), de pronto, una calecita estrecha llama mi atención a mi derecha. Es Carnaby Street, un diminuto barrio de apenas un par de manzanas la mar de cuco y plagado de tiendas. Son las 6 y todo está cerrando, así que, decido que volveré otro día y retomo el camino a casa.

De vuelta a casa recibo un mensajito de JR, y para la City que voy, quedamos en las escaleras de St. Paul’s catedral y de ahí marchamos a por una cerveza junto al Shakesperare Globe Centre & Theatre. Cruzando el Millenium Bridge, no puedo sino imaginarme la primera escena de la última de Harry Potter. Me sorprende lo fácil que es hablar siempre con JR, por mucho tiempo que haga que no nos veamos. Tras una larga charla, el bueno de JR me lleva a cenar a la OXO Tower, un sitio muy chic con unas vistas increíbles de la ciudad.

Pero sin duda alguna, lo que más me gusta es el camino de vuelta. Bordeando el río por el South Bank para atravesarlo por el Golden Jubilee Bridge, JR me descubre una de las vistas más bonitas del Londres nocturno: el Big Ben, y el London Eye (la noria gigantesca), de noche, un camino que estoy segura voy a repetir algún que otro día.



Y de ahí, subiendo por Charing Cross Road, directa a la cama, ¡que creo que me lo he ganado!

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